
Carlos Palma, Uruguay
Cambiando el Corazón del Mundo
Querida Gabrielle, ¿escuchas este aliento discreto
pero profundo de millones de voces,
de manos extendidas,
que sueñan con un mundo sin afrentas?
Las palabras de paz son como flores,
hermosas, frágiles, llenas de fragancia.
Las cantamos, las pintamos, las esculpimos,
pero ¿de qué sirven sin actos de lucha?
Allá, las escuelas despiertan corazones,
ofreciendo a los niños semillas de dulzura.
Pero no basta con aprender la paz,
debemos vivirla, darle vida en secreto
¿Qué falta? Es la acción verdadera,
paz que obra, paz que obra
Convertirse en perdón, convertirse en vínculo,
sembrando amor en la palma de nuestras manos.
El mundo se tambalea, gobernado por reyes cuyos
tronos descansan sobre el frío interés propio.
Pero son solo el amargo reflejo
de nuestros silencios y nuestra miseria.
El corazón humano, herido, desgarrado,
ha olvidado que fue creado para amar.
Late por poder, por posesión,
cuando debería danzar en comunión.
Reeduquemos nuestras almas hacia la luz,
hacia la bondad sencilla, dulce y sincera.
Descartemos el egoísmo,
piedra a piedra, para dar paso a un corazón de carne.
Porque tantos seres claman sin voz,
pidiendo tan solo una pequeña opción:
ser escuchados, ser alimentados, ser libres,
escapar de un mundo que los emociona.
La dignidad renacerá del fuego de quienes aman,
de quienes quieren dar su vida sin hacer ruido,
para que la paz finalmente crezca y brille.
Yo también intento hacer mi parte,
con mi fuerza, con esperanza.
Y veo nacer, aquí y allá, nuevos corazones, almas alegres.
Y si mañana, tú y yo,
y cada ser bajo este mismo techo,
decidiéramos juntos cambiar...
el mundo, entonces, podría renacer y amar.
Que Dios, en su infinita ternura,
nos dé el coraje, la locura de creer que nada está perdido,
y que el amor, aún, lo puede todo.